lunes, 22 de junio de 2009

Ojos caramelo

Un chorro considerable para aquel tiempo. quería escribir confesionismo y me pareció una buena trama para un poema hablar de ella.





Ella era cual la azucena la mañana
en que se abre; la mañana le pertenecía
y la conciencia de su belleza la embriagaba
de sí con un encanto sin embargo insoslayable
que hacía de ella la perfecta, única, lamentable
trampa para un huérfano de madre.
Vestía aún falda escolar y sabía hacer
esperar por una palabra y jugaba todo el
tiempo con las acepciones para mantener
la página en suspenso.
El perfume que la envolvía era como un
atributo inherente a sus demás cualidades
y creía ser la única que poseía una mañana.
Reía discretamente y nunca volteaba,
su rigidez arrancaba chispas a los sueños
adolescentes.
Yo aparecí por el otro lado de la calle
con una bella bandera hecha de naipes blancos,
bajo mi frente tenía dos ojos pulcros de hombre
impetuoso y la boca llena de palabras invencibles.
Y cada día fue entrando a mis ojos hasta que al fin
tocó la base de mi corazón como una gota
de dulce veneno.
Entonces se convirtió en la mujer más bella
de la tierra y estrechando mi panorama
hacia su boca de disimulo
fue envolviéndome sus metros a la garganta,
tan audaz que después de muerto me enteré
que me hubo ahorcado y aún después que
estaba muerto.
Toda una mujer, como lo es cada una;
yo esperaba que fuera mi madre como
lo había prometido, inhalaba sombras
entre mis cuadernos
y escribía poemas desordenados bajo la luna.
Caminábamos diariamente de vuelta a nuestras
casas, ya era de tarde y también en su cielo
un gran péndulo oscurecía al sol.
La campanilla replegaba los dedos ante la fruta
desistiendo como al fin la marea se sosiega.
Me ensordecí a los pormenores acaecidos,
cruzando a empujones aquel tiempo
turbulento, luego del cual la vida retomó
su opacidad habitual.
Las gaviotas graznaban en el puerto y en la
ciudad entre sus casitas habitadas por gente curiosa
yo esperaba la próxima estación.
Alguna vez, entre ese tiempo, nos encontramos
en la playa antes de la puesta del sol,
caminamos hasta la orilla, nuestras huellas
se confundían con las demás huellas.
Ya era de noche.