sábado, 20 de abril de 2013

Siendo prisionero de mi sangre espero lavar esta herida

Cada noche vuelvo a ser libre, 
libre al fin, 
como un Dios que despierta 
luego de haber dormido una eternidad. 
Pero por la mañana, 
aturdido por la luz, 
ya vuelvo a ser esclavizado. 


La evidencia se acumula en mis ojos, 
color precipicio, como un charco sucio 
donde escupe el decepcionado, 
al costado de mis dudas, 
eludidos milagros de manufactura angelical, 
dejaban la sangre despintarse 
en el círculo de fuego que yo hube encendido, 
Dulce muerte, bajo mis pies 
he deseado precipicios, con la sangre 
sitiada por un espanto gemebundo, 
La caligrafía de la muerte 
escribió mi nombre sobre la corteza 
del corazón detenido de la noche. 
Lagrimas endulzadas por 
la hiel de una mirada, 
tan dulce y melancólica, 
que espera en el borde peligroso 
de la razón asediado por la locura. 
Esa baraja de sensaciones 
que juega el azar en turnos 
en repartirse los huesos de última claridad: 
un difunto sin lápida 
al que lloran de pie los arcángeles. 
La estrangulación sufrida por 
el momento frío de una perturbación 
en que asedian amarguras y 
difusas cavilaciones que se 
han perdido en el frágil 
camino, sin razón aparente. 

Y te recuerdo Jorge Eduardo, 
como el último caballo de Napoleón, 
después de ser atravesado por 
una bandera enemiga, la muerte: 
la obsesión que nunca tuviste, 
sangre en la escupidera 
que podía ser una alegoría, 
desvestida de todo trabajo estético, 
Pienso en la sangre que usaste 
mientras vivías, siempre 
excitada por sentirte vivo, por 
llevarse los años hacia adelante 
como la espuma de una ola 
se lleva las colillas de los solitarios. 
Porque todos estamos solos 
en este tejido entrecruzado de existencias, 
células de húmeda tibieza 
Aprendiendo a sonreír entre la basura, 
o cubiertos por lujos inutiles 
viendo nuestros años pasar 
frente a un espejo de gestos 
cómicos y tontos, 
mientras nos hacemos más pacientes, 
invulnerables a las dudas groseras 
cuando muerden nuestros 
altares y arrancan carne viva, 
carne que es nuestra, 
sangre que llora y gime. 
Mientras se apaga aquel círculo 
de fuego de mi existencia
y quedan solamente las cenizas 
vueltas sal. 
Saber que en esta única y fugaz 
partícula del destino 
soy el último poeta decepcionado, 
esperando destruir al mundo como expiación, 
lloro amargos encadenamientos verbales 
y pienso que es lo mejor, 
dejar que mi sangre lave 
esta negra herida que me dejó el destino. 


Cada noche vuelvo a ser libre, 
libre al fin, 
como un Dios que despierta 
luego de haber dormido una eternidad. 
Pero por la mañana, 
aturdido por la luz, 
ya vuelvo a ser esclavizado.