lunes, 3 de septiembre de 2012

Aceptil

Quise escribir teniendo como punto de partida la fealdad de la que hablaba Dalí.

Dormía en la maletera de un Volkswagen destartalado,
entre la chatarra y los platos con residuos de anchovetas,
envuelta en un velo nupcial con quemaduras de cigarro,
su refugio de aceptil rojo y lejía.
Ojos verdes como las olas de La Herradura
boca calcinada por las vulgaridades.
Siempre mirándose en ese espejo polvoriento, donde
se asfixiaban sus gestos de lujuria y locura.
Bebía cognac barato en un tacón rojo
que le recordaba sus años de reina fatal
por las calles de Wilson y Jirón Cailloma
esas madrugadas en que satisfacía la lujuria
de oficinistas y obreros por igual
sintiendo la húmeda temperatura de la esperma
 y la sangre acelerada.
Un tatuaje en su cintura delataba el nombre
del maldito amor que la vendió
como un revolver sexual entre babas y gemidos.
una noche de Agosto no se fue a dormir temprano
la el viento ya no traía entre la brisa marina
el olor empapado del puerto,
esa noche se ahorcó con sus pantimedias,
para no volver a oír su nombre nuevamente. 

Los muchachos psicoastrales




Los muchachos psicoastrales usaban por cometas
sus pensamientos en volandas
para escribirle mensajes a Dios en las alas de los pájaros
y en sus rostros mal coloreados las expresiones
imitaban signos gramaticales:
“No entiendo el rechazo de la gente…”
co-mentaban, porque no siempre eran cometas,
a veces martillos o pez zanahoria, la
única verdadera importancia radicaba
en volatilizar la materia habitual;
cada uno variable en la ecuación de la existencia.
Ellos cortaron sus manos aprendiendo la polaridad,
una noche muy lejana entre sus tentáculos;
un estridor bronco deformaba el psicoplasma,
silbaba la tetera en la casa del intendente.
Corrimos igual a los escolares en vacaciones,
calle abajo el fuego rebufaba como un sol;
entonces, fue cuando descubrimos que nuestros corazones
eran más pequeños que la santísima esencialidad eterna.
Préstame unas monedas, dije, que en el juicio final
alegaré locura cuando no inicie una contrademanda,
me siento como Icaro escapando de Creta,
hacia el sol, flores translucidas se abren
con sabor a albaricoque tibio.
Y volé tan lejos como pude vuelto éter prístino,
hasta sacudir el telón blanco de escatología,
y un instante toqué la cutícula mesiánica,
para ser arrastrado por la espiral con un gesto oscuro.
Hubo que trazar diametralmente una línea para instigar
a quienes no llegaban tan lejos; la máquina
ilusoria, como una matriz caleidoscópica, habíase
fracturado, no quedaba más opción que continuar
abasteciéndonos tan noblemente como hasta entonces,
seguimos arrojando las redes para pescar fantasías
en montículos, aunque el deleite había menguado
desde aquella noche impronunciable,
por seguridad nos reagrupamos creando asociaciones
mínimas, que terminaron por erigirse en diferencias
terminando por repelerse, lo que sucedió
en el trascurso fue deshonroso para la cofradía.
Ha pasado tanto tiempo desde aquellos días,
la cofradía de muchachos psicoastrales desapareció
algunos borraron sus identidades de los registros públicos,
otros eufemisan toda información tras una amnesia
jamás diagnosticada, incluso hubo los que fue necesario
enloquecer con acosos por la preservación del clan.
Y la otra madrugada, mientras dormía plácidamente
alguien fabricó un sueño, como en nuestras
experimentaciones con la máquina arcana,
¡ah, aquellos tiempos apenas palpables!
de qué otra manera podría contarlos,
quisiera decir que encontré la forma de estar a salvo.