martes, 9 de marzo de 2010

Historia II

Supongo que teníamos los mismos complejos y complejidades,
y por si fuera poco nuestras distancias
se comportaban como habitaciones álgidas
donde podíamos permanecer el tiempo suficiente
en que machita una flor,
Yo a veces temía que al final hubiera nacido un hombre
que podría engañar a Dios, para obligarlo
a cometer atrocidades, hecho de una abominación eterna
sin siquiera desearlo, solamente arrastrado
por sus miedos sombrosos.
Pasé mucho tiempo probándome lo contrario,
cargando mis culpas, una a una,
sondeando la profundidad de una mente despierta
en el juego de las fuerzas,
Teníamos momentos en que éramos radiantes, parecíamos
comprender dictámenes provenientes de más
allá de las estrellas, nos buscábamos uno en el otro
como dos enamorados del campo que se besaran
entre parvas de heno cuando giran los molinos y el trigo
dorado de los campos extiende su cabellera hacia el horizonte.
Pero nuestro sueño próspero parecía la narración de un Gauguin,
apenas un harapo novelesco entre dos personas libres y amplias
-yo sabía que debía quedarme solo y ella tenía miedo
de aceptarlo- demasiado inmiscuidos el uno en el otro
que no quedaba más que odiarnos.