viernes, 20 de noviembre de 2009

Fin de semana






Fin de semana que te triscas mientras la marea baja; los peces
piensan nada más que en jugar a la ronda, han adquirido
la manía de ablandarse en sincronía con el fin de sus deberes
por eso ahora el olor del tabaco borda cuerpo a cuerpo el
inconsciente del hemisferio sur, delicado tenesmo de entregarse
a la noche en colaboración de nuestro mejores amigos, esos con los
que siempre se puede confiar desde que éramos lejanamente
adolescentes, pero ahora la juventud envuelve otros códigos menos
inhibidos y nuestra grosería germina con la hermosa libertad
impedida por las horas precedentes pero que, libre de estrujamiento
alguno, por fin se explaya hasta sus raíces recónditas.
Así que conociendo este proceso determinado hace mucho por las
generaciones antecesoras de las cuales heredamos el comportamiento,
ambientado en discotecas y bares y, para nuestra suerte, reforzado
por publicidad sexista y televisión, esperamos, o según el plan
desesperamos soplando las manecillas del reloj, que ya no tiene, pero
que simboliza nuestra impaciencia por empujar el horario hasta
las ocho de la noche, hora en que la llamada tan ansiada ha de
decidir dónde iremos esta noche, si saldremos a conocer un nuevo
punto de diversión o si nos quedaremos como habitualmente por
los alrededores; decisión que al final será dictada por nuestro
estado de ánimo y nuestro estado económico.
Las ocho de la noche es hora de púberes, aquellos que con desvergüenza
alguna vez fuimos, extraños e hirientes cuasimisóginos de
movimientos que aún ignoran el toque necesario para mostrarse
conocedores de los secretos que encierra la alta noche, título reservado
por excelencia a los jóvenes para los que aún son desentendidos pero que
les queda una larga adolescencia por cruzar.
De diez a doce es el horario de la mayoría de adolescentes, de
cabelleras largas, menudos, aún no se anchan sus cuerpos delatando
la calidad de sus genes, son muy nómades,  impopulares de cabellos
más largo que lo común. Si salimos a las once y media solamente
tendremos que verlos media hora, igual que a las familias que salen
de compras y abarrotan las vías por donde hábilmente rondamos.
Cuando llega la juventud te das cuenta que ha llegado demasiado
rápido, peor es bueno, es como ser adulto aun sin serlo:
pensamientos concretos que se dirigen hacia fines concretos;
aunque, en mi caso, sea yo una excepción por si lo merezco
y seguidamente libre para registrar los pormenores que acontecen.
Soy demasiado real e irreal a la vez, ellos, los ideales, tan recesivos
y yo en cambio cada vez más dominante, como un emperador,
somatotontos y metrosexuales, somos muy diferentes, pero hay
algo en mí que requiere la atención de los demás, precisamente esto.
Provisiones de cerveza hasta las medias, una colina de cigarrillos,
la noche sigue creciendo y las horas se hacen más propicias,
el amargor del primer trago recorre mi gusto con un sabor mineral,
charlas acerca de las polémicas futbolísticas y de nuestras vida social
que de forma tácita excluye mi vida monótona, broma, cigarrillo, cerveza,
broma, broma, cerveza, broma, cigarrillo, broma, cerveza;…
La noche crece sobre nuestras espaldas, los coloquios fluyen
encallándose en el apesadumbrado entendimiento de la conversación.
Música, es lo que necesitamos!