viernes, 23 de julio de 2010

Entre aquel hombre y yo

Sin ganas de escribir, salió algo un poquito duro pero no demasiado.



Entre aquel hombre y yo cabe una turbulenta distancia adentrada hacia mi adoptada culpa por la exigencia de no ser quien quisiera que sea, puedo prestar especial atención a tus silencios, recrear una verdadera conclusión, observarte y ser testigo asestado por los diminutos rasgos del desasosiego en la narración de tu disgusto sentimental, o esa frecuente resignación cediendo siempre a pesar de ese orgullo superlativo tuyo por temer a no ser amada fervientemente, es como si cada hombre en tu vida representara una oportunidad a la cual siempre te has aferrado imaginando un pacto, una entrega o predispuesta cuando no determinante en el oficio, si teniendo como antecedente la idea del amor perfecto te haces prisionera de tus emociones y esclavizas a una falta de interés ajeno tu empecinamiento, me haces culpable en tu falta de libertad para crearte un espacio donde obtener la suprema voluntad con la que se permite al suceder jugar a encontrar una vertiente próspera para escribir un libro jamás escrito con la verdadera tinta, la que el destino ha dispuesto esencialmente para cada cual, solamente abriendo el alma hasta el centro de su energía prístina podríamos, sin desearlo, ser los extremos de una incandescente unidad. Aunque tu cuerpo haya sido condescendiente a mis placeres, te has perdido muchas veces por buscar en mí aquel dador de verdades, un hombre poseedor de la absoluta seguridad existencial, más allá, muchísimo más, muchas veces, de tus límites, cuánto te ha costado renunciar a los rotundas negativas de tu decencia, procurando cada vez recordarme un “para-siempre” situado más allá de nuestro presente relación, como si se tratase de una fidelidad posterior, de esas que se entregan sin exigir nada a cambio, y aquel legado ese de una niña que ha crecido escuchando románticas canciones imaginando el amor con estribillos fantasiosos, ahora latiendo encarnizado, tan insistente y conmovedor en su afán, con unas lágrimas penumbrosas, yo prefería fingir ver donde no se veía tan grave esa obsesión compulsiva que te hacía presa fácil. Tú siempre deseaste un hombre para asistir aquellas sencillas ambiciones femeninas a quien ofrecer los frutos de tu afecto juvenil, aún decidido más que estimado, dulce has sido hasta aquel silencio en tu entrepierna cuando el jadeo triste esconde una insatisfecha idea. Yo siempre me mantuve atrapado en un pasillo oscuro ante tantos caminos gritando por sus puertas y serpenteando alborotados a mi indecisión.

Nadaba sobre tu mirada

No sé, seguro estoy demasiado felíz para escribir ultimamente.


Nadaba sobre tu mirada una ternura encantadora,
la calle enmudecía, sorda, bajo la estación mediada.
No se le puede mentir al amor cuando viene a buscarte
poniendo en su arrojo los pétalos del alma conmovida.
Dijiste que me habías estado esperando toda tu vida
y fue como si se fracturara el mecanismo del inmenso
reloj del tiempo, el pulso en mi cuerpo se detuvo nervioso,
se detuvieron los autos afuera y los pájaros lanzados al aire,
y en todo ese detenimiento fue calcandose de golpe un
presagio con roja incandescencia mientras te besaba.
Aún hoy, bajo el fragor de los años menos condescendientes
siento un vuelco, tan casualmente en el pecho,
que me comunica alguna vaga tristeza inconclusa.
Cuánta sangre ha conocido el desvarío por desearte
en mi cama cada noche de repentina soledad.
MI tristeza esta destinada a hacerse un cuerpo a traves
de las páginas que mis versos van llenando sin sogiego