viernes, 24 de julio de 2009

Telecomunicación ad hoc

Silbo la legendaria puerta de la perceptiva
como lémur lastimero en su epica deconstructivista
sumergiéndome hacia la inmanencia
penetro oscuridad del ser y puertos clave
y ante la nadería de los elementos electronicos
codifico igual a un satelite lumínico
esperando alguna señal circunfusa, la menor,
la mínima onda centrífuga advertible
o altísona proveniente del corazón del universo.

Sin título

Sus padres son los semáforos de Pavlov, simplemente semáforos, su cableado al aire presume la eficiencia de complejos circuitos sordos a toda negociación y se inclinan sobre ella constantemente con las manos en las cintura lanzando fuertes relumbrones como si fueran rebufantes metrallas en el impresionismo escarlata de su barbarie, mientras ella sobrecogida abraza sus piernas en la sombra sin suelo por la cual cae a través de sus sueños, una y otra vez, tras las herméticas espaldas de sus padres hogareños. Así el día a día, semáforo número uno lee el periodico en su butaca estrecha, como si entendiera la diferencia del amarillo y el rojo, mientras semáforo número dos habla por teléfono encendiendo sus focos jocosamente, cualquier tema podría ser un tabú en esata casita de discresión, tan parecida a cualquier otra casa de los suburbios donde el positivismo se respira con la brisa de la tarde. De vez en cuando intenta levantar el hálito de su voz para encontrar la ría hacia aquella confianza supuesta, pero a su paso nacen mil muros que finalmente terminan por vencerla, ahí sola, con los zapatos de porcelana que sus padres le han hecho. Sus dudas comen reptiles de chatarrería a la voz de sus paseos dejando un rastro de esqueletos limpios y desarmados que silban desde sus cuencas; a la hora de la telenaovela los conejos se escapan de la empalizada.

Nido de llamas

ültimamente tengo muchas ideas a la vez, es difícil trabajarlas por separado, aquí intenté ir más allá de lo normal, este poema crea mucha apoteosis, osea que tiene una buena primer impresión.





La habitual mañana y yo, escuchando al despertar
tus ojos en el horizonte marino que viste
toda la distancia hasta la lejanía con sus montes
azulados levitando sobre nubes de smoge,
espurreándose como una catedral pulverizada
en el viento que acaricia la claridad con
riberas de porcelana.
Ahora la luz del espejismo vuelca su mirada
-turgencia fecundando sus espaldas- trae la
pubertad sencilla sobre la planicie de la impresión
entregada al estridente mar y al inmenso corcel.
La madre serencia encumbrada en sostenidas
notas, petrifica con su gracia mi corazón que
a su nuevo peso cae a través de la líquida oscuridad,
a través del gris sentido de la muerte y la humana
memoria, sobre un nido de llamas.