sábado, 20 de marzo de 2010

Coda

Cuando la conocí había puesto al borde de mi edad la disposición de
iniciar una relación duradera con todo el instinto incontenible que esta
implicaba en cuanto a vincularse con la naturaleza opuesta.
Entonces la vida me remitía de un acontecimiento a otro, como la
terminología de diccionario experiencial que no termina de esclarecer
un significado, dirigiéndote por palabras afines.

Historia III

Te volviste necesaria para mi felicidad al tiempo
que me perdía en tus ojos.
Siempre esperé enamorarme como uno espera
alcanzar la mayoría de edad para hallar
libertad en ella; de alguna manera me
sentía incompleto y experimentaba un
desinterés general, pero sabía que me enamoraría,
lo que no sabía era que ocurriría de forma
inesperada y contra todo pronóstico,
tal como suceden los demás aspectos de la vida.
Fuiste mi prioridad durante el tiempo que
vivimos juntos, y aún mucho tiempo después
las mareas agitadas que dejaste arrastraron
mi corazón como un pecio ya muy alejado
del lugar donde sucedió el naufragio.
después de todo es lo que entendemos por experiencia,
aquellos acontecimientos que nos estigmatan,
como se estigmatan las reses en los ranchos.
No recuerdo ni un poco cómo me sentía
pero definitivamente era agradable,
quizás se parecía a tener todo el horizonte adentro
del pecho o a la idea que dan los pájaros de volar;
nunca llegué a explicármelo, ni a conocer el amor
como conozco el insomnio, solamente me
alegraba saber que al fin estaba cumpliendo con
mi mandato de poeta, escribiendo bastos poemas,
con el corazón henchido por una alegría viva,
parecía entenderme mejor en tu amor de
lo que lo hago ahora, aún con la disposición,
el esfuerzo extremado, las noches que han
pasado desde entonces, esperando volver a verte,
esperando que la vida vuelva a sonreírme con tu risa.
Me resulta inconcluso hablar de nosotros,
sobre todo porque ambos supimos olvidarnos
y dejarnos ir después de estar seguros que éramos
el uno para el otro, sólo por no aceptar nuestros errores.

S/T

Desprovisto de aquellos mantos memorables, a cuya sombra,
muy sobre sus copas, adormecidos y quietos, los sentires
cuelgan sus miradas; empañadas, ya exentas de impresiones
decisivas y dominio correspondiente, como el amante en el
andén que observa alejarse su última dicha, palpando en fuego
la distancia novísima que ésta tatúa al desaparecer del
alcance de un atardecer más rojo que la muerte misma.
El desasosiego sujeto al perchero que corresponde a las pasiones humanas, que al ser desguarnecidas solamente conducen
al mar, oh sí, el viejo mar, donde se vierte de todas las aguas
para conformar en similitud un lamento eterno y móvil.

Trascendencia

Necesitaba reconstruirme




La fractura se produjo finalmente donde el
significado hallaba absolutez,
el corazón siempre lo supo y giró con
insistencia, esquife o más bien molino
en una noche tormentosa
cuyo trigo amargo era hermano de
la frecuente neblina y el tizne.
Pero hoy son flores las que van en ventarrones
para chocar suavemente con mis sentidos,
millones de pasajes impresionantes
de felicidad manifiesta, cuya
revelación reside en nuestros caracteres genéticos
tan intensamente como una respiración
tomada del aire campestre en la talega pulmonar.
Ahora puedo ver con claridad mi alma,
mi alma tanto tiempo difusa, encerrada
dentro de obstinación barata.
Solamente fui el sueño de una piedra
juzgando claridad mi propio entendimiento,
porque del tiempo y el espacio tuve casi nada,
más que una lectura errada y definitiva.
Pero el cascarón pétreo no esta más,
por fin he recuperado la facultad
de vivir con amplitud y encuentro mi vieja libertad,
duplicada, triplicada, como tal.
Por eso pierdo la costumbre de caminar
y asciendo repentinamente para aprender
lo que la trascendencia engloba.
Heredo la felicidad encontrándola
entre las hojas y los milímetros que crece la hierba.
Invento un después donde colocar toda mi dicha.