jueves, 24 de junio de 2010

Epístola para un plathonico




Sylvia tu tinta entre los hombres ha dejado mucho cuerpo al abandono,
un peñón de barca en el océano infinito desdibujó cada madrugada junto a la recamara,
la serenidad perdida juzgó que la sorpresa vendría de tu lado y nada,
se fue acabando el escrutinio cuando hubo que marchar hacia un nuevo comienzo
en alas de la vieja serenidad perdida que en tus manos fue resbalando y el deseo
muerto, se hizo pequeño en un beso y grande al abrirse al pecado.
Me encuentro muy lejos del ser que soy cuando estoy tranquilo,
cuando me sobra la cordura para ir diciendo “hey, esta es una bonita mañana”
porque ha veces una mirada amorosa puede acercarme un poquito más al cielo,

pero ahora la aflicción avanza sola, me recorre por los pensamientos un
hormigueo inocente y me hace presa en su vuelo infame, ahora sospecho
una ola inmensa de fuego apoteósico combatiendo la oscuridad en yardas,
La muerte me humilla, y tú mejor que nadie lo sabe, su juego es dejarme
Desfallecer lentamente, no digas que ahora no entiendes a lo que me refiero,
Quiero decir que la carrera es más larga que el combustible con el que cuento.
Estas veredas son mías, guardan la memoria de mis pasos, ellas conocen
Muy bien el tropel pensativo con que atravieso las mismas calles día a día.
La indispensabilidad no existe, cada quien carga con su virtud y tu nombre,
aquí, es testimonio de una consigna victoriosa; yo pienso en una muchacha
cubierta por la nostálgica lluvia Londinense, aquella que en trae algo
pútrido en su pasado. Dicen que con el tiempo fuiste asemejándote más
a una aparición, entre lo poco que encontré fui reconstruyendo a un ángel
silvestre cuya sonrisa brilla atravesada por brotes verdes. Llévame contigo a volar
por el reino tercero, cásate conmigo en la constelación de Acuario,
seremos como dos lágrimas de alegría confundiéndose en la aurora conmovida,
guardarás ese aro nupcial que hice tallando un arco-iris en listón, y bajo
nuestro contraluz los tintes teñirán nuestras almas con horizontes plenos.
Aunque una noche, con una martillo rosa, rompas mi corazón, mi corazón roto
Que engaña al trote del tiempo con argucias shakespearianas, o, llenando
Mis pupilas me empujes al inframundo, mientras yo pienso en la dulzura que
Ocupa casi todos tus gestos. Y yo volveré a ser un muerto casi silencioso.