miércoles, 9 de enero de 2008

I


Danzando se confiesan los romboides de piel
a la aurora boreal;

de entre las piedras emerge la oración
convulsa, enfático-profética,
mientras en sus cubiles
los hampones lloran demonios
al amanecer las cacerolas limpias,

saldrán vestidos de huelga animal
a morder burbujas.


Mientras se disipan las primeras horas
la ciudad trae entre sus tentáculos

hombrecitos de cartón,
humanidad de utilería.
Los engranes de piel encienden lumbres voraces

en el entrecejo divino,

peatones que dicen “trabajo”

con el pene amarrado,
se hacen caldo con los diarios,

los semáforos, las avenidas,
los edificios dispares, el clima aletargado,
caldo que el tiempo sorbe del plato a sueldo,
caldo de gallina:

cuatro soles con presa,
el sol preso en los dedos del invierno limeño.
Las puertas de los negocios refulgen

abiertas ya a la labor continua,

las pulcras oficinas, los restaurantes,
las putas en Colmena a las dos de la tarde,

el musical toma ritmos más esperanzadores.
A las dos alguien ya ordeña la suerte en un casino,
otro lo maldice con la rabia más destructiva.


Los anzuelos de carne extienden su oración

aventajando a la noche,

esperando en penitencia al sábado,
donde Satanás es la calle más concurrida.