martes, 17 de noviembre de 2009

Sitibundo


El fin de semana me compré ocho libros, no tenía nada que hacer, el Domingo me leí dos libros, ayer estaba por acabar el tercero cuando más o menos a las nueve me dieron ganas de escribir, no lo pude evitar, así que escribí y escribí, no podía detenerme, dicen que soy el nuevo mito, nada de eso.


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La molécula despertó en su estructura ardua para autocrearse
a condiciones mayores: piedra o árbol, mar o montaña.
El afán no ha sido favor en absoluto,
cruzar el horizonte deslumbrante a la hondonada es tarea de
pájaros y lustrosos rayos de sol.
Imperfectible sueño en ascenso y humana mirada anteceden
el semblante que trae consigo cada hombre desnudo para
encararse con el tiempo como con un alto muro que acusa
en su talla el color del misterio difuso, prestado de la misma muerte a los ojos junto al ver.
Escatologías se tienden hacia lo alto, desafiando el campo gravitacional, lanzan invisibles escaleras fractales hacia
lo que parece ser el cielo pero a más de treinta kilómetros,
quizás es al sol adonde se dirigen: Imaginan ahí un
reino propicio para descansar por vez última, el aire y
el mar aquí abajo no son suficientes para sus tambores.
Yo permanezco en mis manos ante la sangre vertida con que
se pule los ideales de nación : canciones de día de la independencia; alguna vez porté un máuser, prefiero creer que fue un sueño.
Nunca he querido cosa parecida.
Llegar a tiempo es lo que deseo en realidad sobre esta víspera que se llama vida, en la cual no estoy seguro de saber lo que espero por su orilla más lejana.
Inmensas cúpulas de pensamiento en manso de clérigos y por favor de Aristóteles han encontrado un estrato creacional que llamamos ciencia ahora figurado como un andamio de velocidad que sirve de eje al mundo moderno.
He descubierto que mi mayor preocupación consta de tener un cerebro perfecto el tiempo suficiente para usarlo con virtud como cada persona nombrada especialmente en la historia.
Es mi ideal de sosiego y lo más probable es que solamente busque justificarme como todo neurótico iniciado en Nietzsche,
pero es todo lo que me apetece siendo consecuente, ordenar mi comprensión como quien ordena una habitación muy pero muy grande.
Tarea digna de una vida.
Mucho tiempo anduve sediento, buscando mi reflejo en las cosas que me rodeaban y pretendiendo un pensamiento correcto,
fruto de mis propias experiencias y particularmente mío,
ahora sé que lo más apropiado es obtenerlo de algún libro prestigioso, no forzar el instrumento filosófico hacia catástrofes razonables que se agotan junto a proclamas inmorales.
Cien mil años no transcurren sin trabajar la última parcela del inconsciente colectivo, sobre todo cuando se cuenta con tipos como yo, empecinados en absorber la vida hasta la máxima capacidad que un hombre pueda abarcar.
Peculiar e imperturbable avanzo sobre mis progresos intelectuales, soy frío la mayor parte del tiempo en comparación con la demás gente que me rodea y trágicamente estoy rodeado de gente que poco entiende mi consigna, yo continuo lentamente, no hay que ir demasiado rápido tampoco, queda mucho tiempo por utilizar y es menospreciable perder el juicio desde ahora, si algo he aprendido durante estos largos años es a se paciente, como la piedra que a su tiempo es agua.
A veces un amor se posa sobre la atención de mis días, se coge lo que ofrece la primavera de este amor para dejarlo pasar antes de que sea un inconveniente a su próxima estación de reproche.
Es incesante este karsati como una lavaza del océano de la frustración e impotencia, que enloquece a quienes sufren a causa de la dukkha.
Veo a los trabajadores descostillarse por bienes menores pagados a plazos mientras los dueños ven crecer los ceros en sus cuentas bancarias vacacionando en El Caribe; felizmente dichas bestias de labor están más ciegas que yo, que contemplo sus miserias y establezco las comparaciones entre la vida y la muerte, ambas amantes insospechadas.
Soy completamente un hombre, voy adonde me place sin temor alguno y de regreso es madrugada mientras mis pisadas resuenan por las calles vacías; sin embargo aún queda en mí un pequeño temor: quisiera ser tan libre como aquel que puede dejar toda su vida en el lugar menso propicio y sentir regocijo.
He pasado el primer cuarto de mi vida descondicionándome en busca de aquella libertad tan añorada, la thelema ¿acaso existe para el hombre designio más sublime que darse a sí mismo la soberanía que se dan los pájaros sobre los vientos?
Lo que queda por delante es una fortaleza pesada en momentos diversos que debo necesariamente transformar en virtud, saber poco me entusiasma a continuar con mi aprendizaje perpetuo; sendero empinado por donde las gratitudes resuenan justo cuando han de ser secundarias.
Hablar en infinitivos ha sido un problema frecuente sobre mi voluntad malgastada en sueños ociosos de alcanzar aquella trascendencia digna de una vida de búsqueda vana e inoportuna.
Pero esta sed, que por tiempos parece ser todo, continúa latente bajo el manto de disposiciones trascendentales, hurgando mi sangre con insistencia y esa rompiente dolorosa es el declive por el cual mis titubeos derivan hacia la abulia cuyos bordes borrosos disuelven momentáneamente mis sinsabores.
caer y levantarse es menester.
Esta sed, esta sed es la que hace boquear a millones de personas
indistinguibles en ademan de respiración dificultosa a través de días completamente grises que callan con la madurez del tiempo,
esta sed que nunca deja el planeta, asechando temporadas de sumo desencanto y que se presiente en los umbrales y en las ventanas de los edificios, mientras regresa con la prisa de volver a casa y sentarse a ver un programa entretenido y olvidarla por un momento siquiera.
Sed-entarismo riguroso que domina nuestras vidas en ciudades que se sustentan por sí solas, a través de décadas cada vez más apretadas y sordas ante los dubitativos corazones estrujados por complejos y prejuicios adquiridos en la interdependencia y que por obvias razones han causado nuestra inhibición; mientras el escáner biológico sigue fecundando la materia con insistencia y la adolecida muerte por su parte cavando fosos en el crudo espectáculo de la existencia.
Me contemplo a mí mismo lejano y pensativo, la sed sobreviene, a veces tiene los rasgos de alguna de ellas, a veces tiene mis propios rasgos…

La molécula despertó en su estructura ardua para autocrearse…

Cuentos para Kamala

Dos mariposas se posaron sobre los ojos de la Venus y cobraste vida.

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Batallones de gotitas y gototas caen de las nubes una a una y a su pequeño peso se precipitan recorriendo el cielo libre hasta estrellarse en la superficie, caen y recaen juntitas en la frente castaña de muchachas, caen en la hojarasca rumorosa, sobre las tejas, susurran su alegría trabajando un puntillismo ágil sobre el suelo, empañan los cristales por donde asoman los abuelos, riegan los campo de secano. Cuando hallamos muerto, el agua de nuestros cuerpos ascenderá por labor del estío y entre nuestros huesos quedarán apenas flores, pues el agua de tu sangre y mis ojos habrá de ser una misma nube en el cielo, alegre cirro respirando el éter añil y, llovediza, ha de volver a la tierra con ternura mientras se derraman las naranjas y suspiran las margaritas, como ahora : democrática canción que los ángeles interpretan arriba vestidos con túnicas color lavanda y rasgando sus fantásticas liras. Nunca entendí a la gente que usa paraguas, acaso prescinden de la melodía de la lluvia y el misterio aleatorio de su culminación, yo quiero una lluvia larga, que lave las verdosas charcas donde se desintegran las hojas de la higuera pensativas, arrastre la tristeza y el desencanto que se extiende por nuestras calles y lave el acre polvo que humilla a los pequeños ficus junto a la carretera; y el contraluz de cada gota de madera sea como un semitono que desate la risa de quienes se entregan a su antojo, hasta que la risa sea lluvia y por su parte la lluvia sea risa, tal como la piedra es aire, la existencia será agua el momento suficiente para que todos puedan nacer por vez definitiva; sean lavadas las minas antipersonal, los ofensivos tanques, toda la historia belicosa, arrastrados hacia un vórtice fortuito que culmine al mismo tiempo en que la lluvia se extinga. Rigor transversal, recibir la lluvia sobre los párpados, lluvia que invento para besar tu piel con mayor sutileza de la que disponen mis labios, sí, así somos los poetas, la lluvia nos enseña a besar y el viento nos enseña a acariciar, el viento que dice “siente”; es profundo y a veces largo, sus recalmones sirven para suspirar y aunque sea impetuoso no sirve para herir. Los poetas amamos a la lluvia, tiene un valor especial, pues nos contacta con el cielo como solamente puede hacerlo nuestro sentido más largo pero con un asimiento fragmentario.

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Te contaré una historia de santidad como la sabemos nosotros: Había un rostro compasivo, era apenas un humilde boceto cuya lívida mejilla acusaba el maltrato, pero esta mejilla cayó al igual que un cordel y se hizo árbol membrudo en cuyas ramas colgaban diversos ropajes coloridos.





Cada día del año, al despertar, me dirigí al patio buscando el favor del cielo sobre mi poco entusiasmo, hay del otro lado del patio una higuera similar a la higuera bajo la cual un día el iconoclasta Siddharta en zazen buscó el nirvana. Cada día, con o sin respuesta arriba, asomaba, junto a la santa higuera; durante el estío sus ramas se abalanzaban hacia el sol crecido con diversos verdores, y frutos rajados de madurez caían demostrando su prolijidad, mas cuando llegó el otoño nuestro carácter había cambiado por completo, el tiempo tenía ya otra consistencia y apropiadas nostalgias se apoderaron del país, la sabia en las nervaduras de sus hojas disminuía ante el asedio del otoño, poco a poco sus hojas fueron abandonándose estropeando aquella hermosa fronda donde el sol se escondía al caer por el oeste. Su tronco había adquirido ya el color de la pátina y su respiración habíase tornado lenta, el mismo abandono que diezmara su belleza enturbiaba el cielo letárgico y, a mis pies, sus arrugadas hojas de bronce aterrizaban como mi deshojada voluntad. El invierno fue una batalla encarnada, hace tanto que la primavera se había marchado a recorrer el mundo, los días fueron dolorosos y ya la vida se había petrificado dentro de nosotros, si hubiéramos sido como las montañas hubiera sido más fácil soportar en lomos el mal tiempo. Mas el invierno fue grosero y desde el primer momento nos confesó sus intenciones de acabar con la última hoja en rama. La guerra estaba declarada y yo observaba a la higuera defender como podía su decencia. A pesar de sus esfuerzos sus hojas caían cada tarde y yo enfermaba de piedad como quien tiene a en cama un familiar desahuciado. Hojas y más hojas que ya no quería ver, pues el árbol aún mantenía su lucha por no perder su dignidad obnubilada mientras los demás árboles sucumbían en los alrededores; ya quedaban pocas hojas en sus ramas, parecía imposible la empresa de soportar tan cruenta. Pobre higuera, lloré una tarde al hallarla aún en su resistencia, ya podían contarse las hojas con las que apenas contaba, destino irresistible, no quedaba árbol con atuendo alguno más que pájaros sonoros entre sus desnudas ramas. Hasta que un día su última hoja cayó, polvorosa, ya no había esperanza. Pero para sorpresa, simultáneamente en sus ramas viejas brotaban verdes esquejes acusando el reverdecimiento, esa mañana salió el sol como no lo recordábamos: la primavera había vuelto. Esta enseñanza se refiere a la peregrinación a través del dolor y la locura, la determinación de la higuera aún sin oportunidades hizo que la primavera llegue antes este año.