viernes, 17 de julio de 2009

La muerte de Sophie

Es suficiente, en menos de una semana he escrito más de 250 versos, necesito un descanso.


escrito sobre un cuadro de Munch





¡Maldita, maldita suerte! Por qué hoy encuentro en mi vaso la pata inmensa de un ninsecto abominable. Noche tras noche nuestras oraciones han golpeado con lágrimas el cielo, con desvelo y devoción de minúsculos granos, mientras Sophie yacía inutilmente envuelta en la abyecta fiebre de la consunción. Su rostro bajo la luz de la agonía iba perdiendo sus bellos rasgos ante nuestras impotentes miradas y mamá no dejó de llorar una noche dándole de hinojos al rosario, pidiéndole a Dios que tomase primero su vida antes que la de su hija menor, que no permita para ella el inmenso castigo de enterrar a su pequeña. Nosotros los hermanos hacíamos turnos para vigilar su salud, mientras Cecilia calmaba a nuestra madre dándole mates sedativos y agua de azar. Furon ocho días solamente pero ustedes saben como es la incertidumbre, hacía que cada minuto fuera una eternidad teniendo en vilo nuestra angustia, a pesar de ello ebíamos mantenernos firmes y activos yendo y viniendo de la farmacia con los medicamentos necesarios que el doctor solicitaba y siguiéndo al pie de la letra sus indicaciones mientras éstes estaba ausente. Todos bajamos de peso, la angustia nos quitó el apetitò o en todo caso el gusto por comer, por dormir, nos consumió la tensión como una sequedad sobre nuestros rostros. Yo en mi habitación tuve ataques de pánico, mis palpitaciones crecían entre ahogos y sacudidas, sentía sudando que de pronto iba a volverme loco. En la mesa ya nadie dirigía la conversación, almorzábamos cada uno por nuestra cuenta a causa de la vigilancia y la suspensión de nuestro apetito. Por la tarde la fienre de Sophie aumentaba, el doctor que ya había llegado nos decía que era normal en la fiebre al igula que en la temperatura de las personas saludables, cubriéndola con paños húmedos. Era el momento más intenso, yo conociendo casos similares habíame hecho ya de su pérdida, Sophie yacía en cama, nada podíamos hacer ante su inminente muerte. pero la fiebre se asentó y descendió en los próximos dos días, el doctor nos comunicó su mejora diciéndonos que con suerte Sophie se recuperaría y eso era lo que pareció. Al tercer día la fiebre regresó incrementada sobre los cuarentaiun grados, llamamos al doctor de emergencia, ya era tarde, Sophie falleció por la tarde, una fiebre intermitente nos dijo el doctor ¡una maldita fiebre y todo se acaba! nuestro recuerdos e ideales. Es como si una hoz cercenara las capas de la realidad arrojando nuestros corazones a la penumbra más honda, sin razón alguna, solamente porque sí.

El poeta y el beodo

Alguna vez estuve enamorado compañero locamente enamorado de una muchacha de ojos verdes. Nuestra juventud se asemejaba al vuelo gaviotas peregrinando por la costa y  expelía dulce aroma de las flores de sacristía. Mi joven amada llamabase Filomena, tan graciosa y menuda como un pájaro se me presentaba, una frágil ninfa nacida en un país remoto postergado en la neblina. Los domingos por la noche la llevaba de paseo por el pueblo y en el mes de Abril le ponía una flor de lis en su cabello, siendo la mozuela más bella del poblado.
éramos inmensamente felices, nuestro joven idilio florecía bajo las miradas de los adultos y los niños. " Randal, amado, prométeme que siempre estarás conmigo" me dijo una noche oscura, yo besé su frente marmórea prometiéndole por mi vida que jamás me apartaría de su lado. Luego el tiempo se encargó de unirnos como la luna y el sol en un eclipse de total, bajo este clima de amor duradero se convirtió en mi amante. Desde aquella velada del alma nos fundimos el uno en el otro, tanto como un río en la mar.

El padre de Filomena era un cochero fornido que rondaba por las tabernas bebiendo a destajo y partiendole las mandíbulas a otros beodos; su madre una mujer robusta entrada en años acostumbrada como las otras mujeres del poblacho a la bestialidad del marido. La pequeña Filomena ayudando en los quehaceres ante los refunfuños de su madre, castigada por falsos rumores de las vecinas, a pesar de ello  siempre tenía en los labios una sonrisa sincera, como si su contento se asentara en la menor manifestación de júbilo. Por mi parte mi padre era una zapatero bonachón que tenía por única diversión contar las historias de nuestra familia, yo lo odiaba secretamente por su triste papel que desempeñaba en la sociedad, siendo su hijo mayor no quería el mismo destino para mi, en vez de eso soñaba recorrer la tierra palmo a palmo tal como lo hacían los forasteros en las historias reales. Mis amigos compartían el mismo sueño, y  habiendo comprado un viejo arcabuz en el contrabando, íbamos a cazar gansos en un lago en las afueras brindando por los buenos tiempos.

Una noche Filomena llegó bañada en lágrimas, diciendome estar esperando un niño de nuestro amor, yo siendo apenas un muchacho embustero le sugerí que nos escapáramos a otro país donde podamos empezar una nueva vida, ella aceptó con temor y en el fondo también yo temía. 
Trabajé descargando barcos en el puerto para ahorrar el dinero necesario para emprender dicho viaje, arduamente, la preocupación me hacían más recio. Pero al cuarto mes y ante sus signos de languidecimiento su madre llamó al doctor, enterándose de nuestro secreto y sin que lo supiera la llevó consigo una comarca lejana.Desde entonces no supe más de mi bella amada, ni de aquel niño a quien no tuve oportunidad de conocer . Por eso amigo beodo estoy aquí sorbiendo  el liquido constituyente de una botella, a ver si al despertar un día vuelve en el alba clara, mi inolvidable Filomena.

La noche, el poema

Siempre sentí admiración por los vanguardistas peruanos de los cincuentas,su cromatismo es algo que necesariamente me gustaría rescatar. Escribí unas cuantas estrofas, un poco más meta, persuadido por las sensaciones que iba encontrando mientras escribía.





Desprendiéndose los pasos como
corcheas mordidas del círculo
armónico, en una mano
de hojarasca vuelan hacia el pasado.


Pero aquellas huellas impresas en la
total oscuridad palidecen
por si pudieran pasar inadvertidas
al registro impasible de la tumba.


Es el silencio el que calca un cuerpo
marmóreo parecido a la garganta
intrincada por la saliva tensa
ante la rigidez del segundero.


Entre la respiración y el latido
frutecen carnosas las sensaciones,
alborotadas como un nido de
escorpiones amarillos, dispuestos
a despertar el horizonte del poema


Calla la tensión de los balcones
del cráneo y sobre las riendas tendidas
en el heno, un flébil gemido
cruza la noche a su hondonada.


De ese llorón estruendo surge
el musgo más rojo que pueda
tolerar la vista humana,
la sombra de la oscuridad misma

El camino a los treinta

sigo temiendo al tiempo :(




Los días chorrean sus rostros salpicando esos zapatos que Dios nos ha dado, qué hacer al fin y al cabo, escribir un poema usando palabras raras: aseidad, embate, responso; un poema que excluya al amor por ser charco en sombra, hilo destejedor del fuego existencial que nos ahoga en el sofá, agitando las manos en ademan de santa resistencia: Es todo lo que podemos hacer contra el orden establecido, la aculturación, la extinción de los osos polares; empuñar bien esa rebeldía de poeta y dar un golpazo justo en el ventrículo de la sensibilidad humana, luego sonreírle a Rimbaud y silbar son de tregua hacia el día siguiente. Y ahí están las herramientas tal y como las dejaste más un plus de humor gomoso que ha de advertirse cuando ya haya erigido la próxima pirámide y nuevamente aguardar a la inspiración en ese tránsito reducido que hay de las zapatillas al lavabo, mientras las puertas se irrumpen en el maquinal itinerario para concertarse en el espejo con la propia imagen y ceñirse a ella advirtiendo la garra del tiempo diezmar la tan ansiada juventud, sabiendo que solamente se eclosiona una vez por vida con brindis y favores y que después de ello aún no se ha replegado el ala, por lo tanto acostumbrado al suicidio doméstico entre botones y pantalla-compota, respirando el aire que entre las regiones de la casa se carga de dientes para el cerebro. Debemos compensar la tersura derruida de alguna manera, dando el siguiente paso, consumiendo alta cultura únicamente, aprendiendo a conseguir las cosas por menos palabras y a sonreír con mejor puntería. Tener más de veinte años desalienta contar los años que exceden apuntando los treinta, con la primera edad guindando del nombre, más aún cuando la luz de los postes riela sobre la acera desierta a la hora menos advertida y sobre todo estatuto y protocolo, como ayer, el tiempo insiste en ser una corriente borrosa succionándonos la vida palabra por palabra , y te preguntas si es que has aprendido algo desde que eras niño e inocentemente estabas convencido que tanto tus padres como cada ciudadano poseían el koan de la vida y ahora por el contrario estas completamente seguro que nadie, ni siquiera los sacerdotes, psicólogos, pseudo videntes, chamanes, rabinos, yogis o estrellas de rock lo saben con exactitud yen tal situación las doctrinas sirven para construir bellos templos de intelectualidad selectiva desde donde uno se sigue sintiendo igual de angustiado. ¿Realmente habremos aprendido algo además de fingir que nuestros ojos son vírgenes de la justicia existencial que rompe en sangre la flor de sacramento, bajo las unidas palmas que sostienen la sociedad y el núcleo familiar, formalidades vigentes solamente por necesarias e igual de fraudulentas? “Es poeta”, cuchichean las señoras cuando te ven pasar greñudo, con el semblante que debe tener Atlas tras cien mil años de cargar pura roca circular.