Cada noche vuelvo a ser libre,
libre al fin,
como un Dios que despierta
luego de haber dormido una eternidad.
Pero por la mañana,
aturdido por la luz,
ya vuelvo a ser esclavizado.
La evidencia se acumula en mis ojos,
color precipicio, como un charco sucio
donde escupe el decepcionado,
al costado de mis dudas,
eludidos milagros de manufactura angelical,
dejaban la sangre despintarse
en el círculo de fuego que yo hube encendido,
Dulce muerte, bajo mis pies
he deseado precipicios, con la sangre
sitiada por un espanto gemebundo,
La caligrafía de la muerte
escribió mi nombre sobre la corteza
del corazón detenido de la noche.
Lagrimas endulzadas por
la hiel de una mirada,
tan dulce y melancólica,
que espera en el borde peligroso
de la razón asediado por la locura.
Esa baraja de sensaciones
que juega el azar en turnos
en repartirse los huesos de última claridad:
un difunto sin lápida
al que lloran de pie los arcángeles.
La estrangulación sufrida por
el momento frío de una perturbación
en que asedian amarguras y
difusas cavilaciones que se
han perdido en el frágil
camino, sin razón aparente.
Y te recuerdo Jorge Eduardo,
como el último caballo de Napoleón,
después de ser atravesado por
una bandera enemiga, la muerte:
la obsesión que nunca tuviste,
sangre en la escupidera
que podía ser una alegoría,
desvestida de todo trabajo estético,
Pienso en la sangre que usaste
mientras vivías, siempre
excitada por sentirte vivo, por
llevarse los años hacia adelante
como la espuma de una ola
se lleva las colillas de los solitarios.
Porque todos estamos solos
en este tejido entrecruzado de existencias,
células de húmeda tibieza
Aprendiendo a sonreír entre la basura,
o cubiertos por lujos inutiles
viendo nuestros años pasar
frente a un espejo de gestos
cómicos y tontos,
mientras nos hacemos más pacientes,
invulnerables a las dudas groseras
cuando muerden nuestros
altares y arrancan carne viva,
carne que es nuestra,
sangre que llora y gime.
Mientras se apaga aquel círculo
de fuego de mi existencia
y quedan solamente las cenizas
vueltas sal.
Saber que en esta única y fugaz
partícula del destino
soy el último poeta decepcionado,
esperando destruir al mundo como expiación,
lloro amargos encadenamientos verbales
y pienso que es lo mejor,
dejar que mi sangre lave
esta negra herida que me dejó el destino.
Cada noche vuelvo a ser libre,
libre al fin,
como un Dios que despierta
luego de haber dormido una eternidad.
Pero por la mañana,
aturdido por la luz,
ya vuelvo a ser esclavizado.
sábado, 20 de abril de 2013
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