Melodías sin retorno parten anhelantes
a la honda noche
paralelas al silbido sordo que, a través
de las hojas, sacude el silencio.
La noche devora sagazmente cuanto
a sus pies descansa,
el rumor pacífico de las casas apenas
representa un parche inadvertido
en la florida oscuridad pendiente.
Calma de grillo, bajo la atroz dulzura
con que el relente estrellado pulverízase
en tersas mareas, leche diáfana.
Un dueto de canes alarmados rasga
la textura apacible para espantar
las sombras que aguardan coquetas
entre los arbustos.
Es por obra de la noche que la tierra
adquiere un candor suavísimo y,
conjuntamente con la tranquilidad,
ama en secreto su libertad.
martes, 16 de junio de 2009
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