miércoles, 21 de abril de 2010

Espíritu

Avecínate luz de mi alma, coge el rectángulo amado
en que se transita a breve paso el tiempo floreciente,
no hables más de la cuenta, sé como la cuneta del vampiro
en la cual abraza un sueño delicado que despierta cuando
el día termina, es cuando comienza y la sed describirá otra
historia en la manera en que se sacia en un dulce nudo nocturno.
Cada ventana desperdigada por el mundo para posar
en ella ocasionalmente la lejanía de edades memorables,
un trago engorroso e interno; perfume de tardes.
Fruto inmarcesible que las decisiones acertadas y esfuerzos
cotidianos enrojecen, imprimiendo en él la música clara
y significativa. Se mi orgullo, mi única y próspera cosecha y cantata
y cuando las fuerza me falten e inmóvil me halle tras mis agonías
finales han de preciarme por tu suplido amistoso.
Qué más puede desear un hombre en vida que no lo conduzca por
desatino a innumerables trampas o lo empequeñezca más aún
de lo que ya lo es. Una casa en la que guardar mi virtud encontrada,
junto a otros tesoros inestimables, prodigadores de cariño.

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