miércoles, 13 de octubre de 2010
Los sollozados sueños anduvieron
Los sollozados sueños anduvieron,
clandestinos, errabundos,
flébiles ante los demás sollozos,
hicieron itinerante recorrido hacia el hades,
y, sedentarisandose bajo es idea inicial,
volvieron mediante el espejo,
cubierto por el opuesto polo esencial.
Así comentaban las canciones que entretuvieron
tus oídos y tu boca durante un mes,
calentando los balbuceos, ardientes,
por el aguardiente.
Te sonrojas como anoche; tu carácter se
obnubila en hermetismos ya imposibles,
inaccesibles: tus vigilantes oscuros
se llaman femeninas determinaciones
para los demás, a tu parecer son
simples consecuencias de tu orgullo intacto.
Me senté consentí el silencio insinuante,
recuperé el sentido, ay de mi inconsciencia,
bajo el horizonte emplumecido,
ala abanicante, aparecieron en desnudas vías
los desnudos huesos de aquella triste indiferencia.
Has disecado salitrosas consecuencias,
asordinadas suenan más dulce los
intentos fallidos, cuán dulce suenan,
cuán dulce sueñan; dejan huellas para
alimentar al destino seguro de su paso,
a ver, si mi interés descubre púrpuras
en sus contornos, o aquella filtración
copula en el tálamo divino.
Sus huesos contras los rotos huesos del amor,
responden a un mandato claro, en la lúgubre
nota nocturna hacia el humeante trascurrimiento.
Oh calma, tu afecto, solidez sedimentada,
tu risa, fosforescente trazo, abrasa con
tersuras ocultas el enternecido revestimiento
delirante en mi apagado corazón durmiente.
Vientre de flores negras y rojos celajes,
cuenta a la calle los fantasmas, porque
hay huellas sin transeúntes, ellas son instantáneas
como propensas, sufren veleidades
del veleidoso océano bélico.
No te hagas pasar por motivo, viviendo
en estas manos; amamantas tu sed vampira,
importancia prestada y exacta a tu
vanidad engrandecida.
¡cuerpos bajo el cielo! cuchucientos mil millones,
en su fragor inmenso, mi espera atribuye este
incesante acompasamiento al blando útero
velludo donde la espinosa abnegación cumplió
su corta sentencia. Se atragantó en el reloj.
Ahora, ya recuerdo vagamente, tu rostro
emerge en un vaporoso éxtasis
y cuelga a mis versos favores tan añejos
como la edad tuya en mis sentimientos,
tan arcaicos y tan prístinos, como ellos,
herramienta productiva y sonora.
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