miércoles, 24 de marzo de 2010

Oye padre

Padre, hoy encontré una foto tuya junto a mamá, debías tener casi mi edad
supongo; quién podía advertir que aquel muchacho
de vital sonrisa haya cambiado tanto, cuán alejada estaría tu mente en ese
instante de la calvicie que te despluma los soles.
Estas lejos, a penas asoma el hilo de tu savia monetaria, agua que esparcen
las regaderas calle abajo, encerrado en tu isla, donde tú solo eres la tribu, el
profeta de su evangelio aciago, emborrachado con amores calamitosos,
soledad, literatura…
Poco te recuerdo en mi niñez, eras casi un extraño en la sala que al llegar
hacia retumbar el suelo con su auto, recuerdo tu ancho cuello, al cual me
prendía como un árbol, tu nuca rapada de miliciano, tus marcadas
gesticulaciones. Al principio era fácil entregarme a tus brazos ocasionales,
siempre viajabas, encontrabas la forma de estar lejos de nosotros, eso terminó
convirtiéndose en tu deporte.

Luego ya ni sabía como actuar frente a ti, tu tampoco, según pude advertir;
decidí no estar para ti tampoco, nuestra comunicación
no era sincera, ahora sé que sucede así cuando te encuentras
con alguien que amaste tiempo atrás, pero ya no encuentras
la llave para retomar esa intimidad, simplemente no te hallas en ella.
Me dejabas un abrazo con olor a billete y volvías a la clandestinidad.
Te creí perdido muchas veces, temí que murieras cualquier día,
te odié con el corazón deshecho, con la navidad que no disfrutaste,
ni mis cumpleaños, ninguna de mis fechas importantes.

Recuerdo cuando te fui a visitar hace unos años, tu cabello blanqueado
asemejaba ceniza extenuada, habías subido de peso según pude notar;
estabas escribiendo, te alegró tener visita, me mostraste tus manuscritos, fue
imposible no perdonarte al verte así, por fin tuvimos tiempo para conversar
mientras me mostrabas tu selva, entendí mejor mi naturaleza al conocerte, tan
sólo una vez te hablé del pasado, me contaste una historia de un lobo y un
hoyo de necesidades específicas, aunque para mamá aquella historia
signifique solamente necedad, ineptitud, testarudez.
Acodamos nuestras charlas en el vino cada noche de la semana, y luego de eso, nos volvimos a separar, vuelta al camino, pero esta vez fue distinta a las anteriores, te he perdonado, cual si tus errores los hubiera cometido yo, supongo que será igual conmigo (le temo a nuestro legado de libertad).

Llegará el día, en que, ya falto de fuerzas, te estreches contra mi pecho,
el orden se habrá invertido, ojala no estés frío para eso momento
que las lágrimas que broten sean de la sonrisa, como éstas lágrimas.

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