domingo, 31 de octubre de 2010

Una idea besa la superficie resplandesciente...

Una idea resplandeciente besa la superficie del cielo
creativo, instantánea sobre aquella formula escrita
y recorre el infinito haciendo su voluntad.
Cuatro son los ideales que ostenta la distancia,
cuatro puntos cardinales para quien empuña el cayado.
Los cielos greñudos tienen barbas de oro
atesoran la mayor peregrinación de arcangeles hacia las
más solevadas regiones, atributos sobrehumanos,
carbón, oro, hierro, 
sobre sus ojos anidan fantásticos deseos,
cuando descubrense en planos fractales su propagación.
Qué es el cuerpo agostado por la vertiente
lejanía, prehistórico y mugiente cual montaña,
tirado a la lontananza grisácea, en una
espiga quieta, donde las bocas aromadas
con canela, estoraque, adebul, tocan el
viento inmenso en su orilla materna,
bajo el extendido espacio ulteraterreno.
Impiedad, atroz verdecimiento, cómo te has
ritmado las espinas llevado por una violencia aguda,
y, guiando las estrellas a un fragor nuevo,
pulsaste la cuerda sonorable en nuestro corazón.
Tentaciones pueblan nuestro destino en marcha
mecánica hacia el torrente metabólico de Gaia,
cuando la noche rapta con su oscuridad los campos,
el molinero guarda sus aperos y tus senos brotan,
túrgidos a mis deleites amatorios por volver.
Abajo de las estrellas, la atmósera, el campo
plenilunar, nosotros somos las almas despiertas
entre una multitud entegrada por aparecidos.
Cualquiera que provoque el quieto presentir,
poeta ebrio o gotera desveladora, hace prueba,
una vez más, de su impertinente sentido,
cuando la proclamada calma hace solaz.

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