Me vierto sobre mis irresponsabilidades,
mi acorde fue el merecido convencimiento
sobre la estación muda, a veces despilfarraba
anhelos por parecerme de vida o muerte su definición,
un bosquejo del pasado por donde solía buscar mis rasgos,
si derrotado o solemne, de nada sirve buscar
entre los residuos de la madrugada la razón
que el día malgastado sin mostrar su oportunidad
inoportuna, la luz sobre los párpados resume
alguna colosal invención metafísica para salvarnos
el pellejo o arrojarlo en forma de ave a los
vientos vespertinos. El anuncio de la estación
temprana viene recorriendo los caminos, llama
con el céfiro a la brisa, pero no consigue adjuntarse
a la permanente soledad que a sus tintes ha vejado,
por si existe una corazonada indemne abriéndose
paso por pasillos abandonados de alguna
memoria exangüe, ¿dónde lloran los privados
por la narcótica propagación cuando sus dedos
recogen líquidas pupilas éntrelos alelíes y los tulipanes?
El desacuerdo es pertinaz como el despojamiento
en cuanto sus declives no abren sus pétalos a antojos,
ni alborotan el viento en poblamientos sonoros.
Asestar una injuria contra la propia naturaleza,
bestia herida por el arpón de cacería, aquella
amalgama plateada se contiene entre los labios,
aún cuando los pájaros revuelan y la determinación
marchita sobre las lápidas del camposanto
y en la última habitación nombrada entre tormentos,
se descubre la osteofagia de tempranía.
Brotado entre sus pálpitos, corazón, extraeré la música
interna para mostrársela a Dios, cuántos fragmentos
arrastran las mareas en su undívago pesar, arrojándolos
finalmente contra un peñón destemplado, o la verdad
hunde su vista en el concreto y escupe en torno a la ruda turbación,
buscaría sus secretos, o el cráter interno que todos
poseemos y como delineando un volumen al compas
de sus silencios su semblante desierto alentaría
dirigiendo cuanto le cuelga por sus indecisiones a la brújula
puntual de la existencia imperecedera. Durante la noche,
cuando la luna recorre el cielo ennubecido, un vuelco
de pez acorrala mi pensamiento por sus zonas palidecientes,
abrumarme me encara contra su espectro hacia la noche
abismado y sin propósito me he vuelto, en unos pocos segundos
, una libélula con alas de espejo, cuando el tiempo
y la vida copulan y un gran baile hace retumbar las estrellas,
así se hierve el inmenso deslindamiento, por virtud contraria
y por contrariado paso, la serpiente apolínea
enredó sus metros alrededor del diagrama de entelequia,
las redes ya se hubieron arrojado hace tantos siglos
que la sal pudo oxidarlas, mi alma, volaba por atajos que los ángeles
han fundado en sus azulidades. Despierto y me inquieto,
aunque no le presto alas a ningún antojo, pues conozco bien
de cerca la poca sinceridad con que estos se disfrazan,
por demás lo sé, y no ignoro tampoco su juntura como
la resistencia que oponen cuando el sol les da directamente
a la cara, sin poder hacerle cobertizo con proposiciones
reticentes, la justiciase aprende o se carece.
Esta veleidad lucífuga, viene y se va, no es de fiarse su luz,
ni inquieta su clamativa abnegación, viene y se va, queda alguna
pequeña calma, no alcanza ni para limpiarse los
recuerdos en la mesa melancolía. Pero existe algún signo imprevisto,
supongo o lo intuyo, debería justificar, y lo hará, y la historia
implica su necesidad de niños llenando las tardes con vocecillas
, o el árbol con un fruto tan rojo que la marea se agita
con una atracción desmedida, los abrojos renuncian
donde el pecho amanece, tan temprano advierte el sacrificio
sacrosanto, por sugerencia de las flores y las enredaderas,
ahoga con su frondosidad amatoria las calles erubescentes
no distingue la sombra enredándose a la inextinguible
insensatez despierta, como si a su orilla cobraran vida
las viejas ilusiones, y , orquestadas, con sus entreabiertas alas,
se baten en un convencimiento interestelar sobran las vías
y el mesiánico revestimiento surge sobre la carne despierta
por un instante de lejanía, sus manos tocan la paz
consumada en luz. Realmente me arranco las palabras
con ánimo persuasivo, mis dudas acerca de la realización
advenediza tiene los talones cortados por sugerencias detenidas,
ahora suspendido en el espacio permanente, culpo la sangre
de sus ramificaciones y sus perturbadores giros que envuelven
las piles angustiosas, la rueda verde ha servido para mover
intenciones inusitadas, el fuego helado pudo adormilar
la incontenible voluntad pero sin lograr encontrar
entre sus temores sombras carentes de significados
dolorosos, ahí perdí mis esperanzas, detrás del alma
y su círculo de angustias, el verdemar insistente por
la costa embozalada, me olvidé aquel nombre citado por mis
amores imposibles, parado ante el mundo absoluto,
norte, sur, este y oeste, mis propios aires se hipnotizan
buscando el aire libre, descuerdan libertades trazando
su diámetro de alcance, virando hacia el destino insinuado
por la hierba movediza, se afirma la más extraña paridad
vuelta canción que la tarde anochece mientras el hábitat
superceleste de Dios fulge entre los contraluces.
Me he atrevido a dirigir la nariz de la melancolía hacia el horizonte
y algunas islas, pero hechas con abstracción inconclusa,
abrillantaron mi mal, como un espasmódico ensamble sexual,
mi voz vibró en alguna caracola y fue nocturno acompasado
por el otoñado roble que es el descaecimiento,
para dar sombra a una tierra patriarcal, y su carrera
hacia el fin de los tiempos es la misma por la que los
demás resbalamos, ciegamente, en cuanto nuestros deseos
se ahogan por su amo9r descontrolado hacia sí mismos.
Por vacíos trechos deambulé, la pérdida encarnada,
cuánto hace de eso, mis ojos han olvidado el color original
que ostentaban las miradas de aquellas muchachas
, vuelve a mí la memoria de sus cabellos y,
ahora mismo, me desarma, porque ante su sus labios
aún presentes entre mis días, se derrama casual un líquido sensible,
me adormece la cordura y vuelvo sobre mis ideas
antecediendo la formación del destino menos alentador.
Encuadradas dudas en su formulación podrían
comer mi ansiedad, cuervos azules, tan de golpe
que mis manos se resquebrajan contra esta hoja en su expiación.
Y me callo, cierro mis pareceres, añorando ser los otros que jamás
entendí por el simple hecho de mantenerme seguro en mi charca,
encendida de anhelos lejanos y asestados de renuncias necesarias.
Cómo me he acostumbrado a nombrarme con la mayor impiedad,
a hacer de mi intimidad una vitrina para mostrarme
solamente cubierto por espinas, es suficiente, no resisto
tundir mis propósitos ante la multitud expectante,
grita como el acero la pátina extendida en su mordaz espaciamiento.
¿Pueden decirme las gladiolas con sus bocas de batracio
pintarrajeado en qué momento se hace propicio el adiós?
miércoles, 1 de septiembre de 2010
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